Es un principio atribuido al fraile franciscano inglés del siglo XIV Guillermo de Ockham.
Este razonamiento sigue una premisa muy simple: “en igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta”. O dicho de otra manera: “La explicación más simple y suficiente es la más probable —pero no necesariamente la verdadera—.”
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