Quizás la solución a los fracasos y las decepciones del pasado fue restarle importancia desde el principio a aquello por lo que se luchaba: así en las derrotas todo dolía mucho menos, aunque entonces las victorias apenas tenían valor.
El problema de esto es cuando no se pudo restar importancia a un suceso porque había sentimientos de por medio. Puede que sea en esas derrotas cuando uno descubre que no sabe perder; que realmente nunca supo.